Siros, un tipo con el pelo rizado y canoso que viste con ropas largas y oscuras, se encuentra andado en la playa.
La luz del atardecer ilumina el agua del mar que llega plácidamente hasta la orilla en forma de ola. Una ola que casi ni roza la arena tibia y blanca de la isla de Shandora.

Siros conoce muy bien ésta isla. Ha estado viviendo en ella casi por tres años pero ya es hora de marchar.
No sabe si volverá, si  verá de nuevo en su vida sus palmeras, su luz, su agua sus montañas... no sabe si volverá a ver la ciudad de Shandora que parece amontonarse en el interior de la isla entre montañas que rozan las nubes son sus cimas.

No sabe qué será de su Shandora... pero permanecerá en lo que le queda de corazón y digo "queda" porque Siros ha dejado en ésta isla, en lo más profundo de ella, al menos un cuarto de su corazón.
Pero ha merecido la pena, lo sabe. Por eso sonríe. Aun sabiendo que es el final.

Mientras camina saca de entre sus ropas, largas como las de un monje, un especie de cristal con forma de ópalo, lo eleva, cierra los ojos y mientras una lágrima resbala de su mejilla sonriente,
El cristal brilla mientras todo se para y lo que parece el aura de de la isla es absorbida.
Con un susurro proveniente de los labios de Siros se despide con un "adios" mientras desaparece como una corriente de aire del norte.

Shandora sigue igual, en su atardecer, con su ciudad agarrada a la montaña, con su arena blanca, tibia y casi durmiente, con su mar acariciando la orilla, como si no hubiera pasado nada, como si no hubiera desaparecido nada, como si no se hubiera quedado nada, como si el tiempo permaneciera impasible a los momentos bonitos que Siros ha robado de la isla y que se quedará para siempre...





"No me había despedido de tí Shandora, gracias por hacerme grande, volverme pequeño, enseñarme tanto, quitarme poco y darme todo, espero devolvértelo algún día, adios Shandora... adios Gran Canaria"

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